Para comer bien no hace falta ni mucho tiempo ni productos caros ni tan siquiera saber cocinar.
Valga una pizca de algo que ahora abunda, imaginación, y otra de amor propio para cuidar este cuerpo que la naturaleza nos ha dado. Nos ponemos serios: jamás valdrán excusas del tipo «es que ya no tengo 20 años».
A base de deporte desmontamos las leyes de la gravedad y con una dieta verde maduraremos tersos como las judías, que también son verdes. Sí, lo creemos. Madurar no significa estropearse.
Es cierto que las judías verdes no atraviesan una 'foodie'-oleada de esplendor pero como los clásicos de nuestro armario se mueven con elegancia durante las etapas de transición y raro es el menú en el que no encajen.
Además de solera, ¡ay, qué rico un plato de judías con jamón!, son una fuente importante de proteínas, minerales, vitaminas B6 y C y ácido fólico. Son diuréticas y digestivas, casan con productos básicos siempre a mano (atún, bacon, huevo) y se preparan en un abrir y cerrar de ojos.
Para disfrutarlas intensamente, tres consejos.
Uno: han de ser naturales (ni de lata ni congeladas). Dos: hay que prepararlas al vapor y en su cocción justa (ni crocante ni pasadas). Tres: sólo las compraremos si son verde judías verdes (intenso y brillante).
Una judía verde está en el momento idóneo para ser consumida cuando al romperla la vaina cruje y las semillas se noten poco. Las del huerto Bitte lo están. Las cortamos y las llevamos directamente a la cocina. «Hoy de primero tomaré judías verdes, por favor».
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