Hemos de reconocerlo, somos mercadófilos y suspiramos por una mañana de sábado en un mercado de cualquier ciudad después de haber desayunado con todo el tiempo del mundo en una terraza cercana, con las gafas de sol puestas y el periódico como 'must' de nuestro desayuno continental.
La misión, a poco que se disponga de algo de tiempo, no resulta nada difícil puesto que raro es el lugar que no cuente con el suyo propio. En Barcelona las posibilidades se multiplican exponencialmente por su condición de gran urbe marinera y comercial, y por la afición a comer bien tan bien ilustrada por la sibarita y reconocida cocina catalana.
Aprovechamos ahora que los días lenta pero inexorablemente van haciéndose más y más largos, y que tras el mercado todavía quedará tiempo para recorrer la ciudad, para conocer mejor el mercado de Santa Catalina, el primer mercado cubierto que abrió en Barcelona.
Se inauguró en 1848 tras el derribo del convento del que toma nombre y cuyo ábside se recuperó tras la remodelación concluida en el año 2005 sobre un proyecto del estudio de arquitectura EMBT. Del mercado original se conservan las puertas de entrada y la esencia de todo mercado que merezca una visita: productos frescos, especias, encurtidos, conservas de calidad, embutidos con D.O y buenos quesos.
Santa Catalina tiene además un techo que es una joya del ceramista Toni Comella, un bar de tapas y un restaurante con buena fama: Cuines de Santa Caterina. Acoge también el Museo de Historia de Barcelona, y abre de lunes a sábado.
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